En el último año de su ministerio, Jesús dijo que edificaría una iglesia y que las fuerzas del mal no la vencerían (Mateo 16:18). Esta iglesia visible fue establecida en Pentecostés cuando unos 3000 se arrepintieron y fueron bautizadas al creer el evangelio que Pedro predicó (Hechos 2:41). La Biblia dice que el Señor añadía a la iglesia diariamente “los que habían de ser salvos” (Hechos 2:47).
La iglesia del Nuevo Testamento es constituida de partes no independientes, sino con un objetivo común. El apóstol Pablo establece claramente en 1 Corintios 12 que la iglesia es compuesta de partes diversas que son interrelacionadas, obrando en armonía bajo la administración del Espíritu Santo. En Pentecostés, los judíos que estaban convencidos de sus pecados y se arrepintieron encontraron perdón y fueron añadidos a la iglesia por el bautismo con agua. Desde entonces, ha sido la voluntad de Cristo que los que están verdaderamente convertidos sean unidos a la iglesia por el bautismo.
Dios ha hecho un pacto con su pueblo. Son ellos que creen el evangelio, han nacido de nuevo, son unidos en fe y vivificados por el Espíritu. (Juan 3:6). Cristo es la cabeza de la iglesia (Colosenses 1:18), y los creyentes comparten una comunión mutua y participan de un cuerpo, un Espíritu, una esperanza, un Señor, una fe y un bautismo. (Efesios 4:4-6).
Se entiende que la palabra griega ekklesia significa una iglesia organizada que ha recibido la Palabra de Dios y permanece en ella. Las enseñanzas de Jesús en Mateo 18:16-18, los escritos de Pablo en Romanos 16:17, 1 Corintios 5 y otras escrituras, solo se pueden practicar en una iglesia que sea visible y unida. Dios mora donde su Palabra es aceptada y practicada, y donde no ignoran las doctrinas desfavorecidas.
Creemos que Dios tiene hijos dispersos que no conocen la iglesia del Nuevo Testamento. Dios da gracia a tales creyentes para vivir por Cristo, y la obra del Espíritu es guiarles a la iglesia.
La obra de la iglesia es guiar la humanidad a Cristo mediante la Palabra de Dios. Él es el único que les puede salvar. Mediante el Espíritu, la iglesia debe demostrar que vive en el poder de la Palabra.
Jesús trajo el reino espiritual cuando vino al mundo. Ambos Juan el Bautista y Jesús dijeron que el reino de los cielos se había acercado. (Mateo 3:2; 4:17). Dijo que aquellos que creerían en él se convertirían en hijos de Dios a través del poder de la Palabra. (Juan 1:12). El apóstol Pedro se refiere a estos hijos de Dios como niños recién nacidos. (1 Pedro 2:2). La iglesia ha sido establecida dentro del reino. Ella recibe a estos niños para proteger y nutrirlos. También es una base de la cual obrar por Dios.
El reino de los cielos y la iglesia en realidad son dos entidades. Sin embargo, la iglesia solo se encuentra dentro del reino de los cielos. Los pecadores arrepentidos nacen espiritualmente en el reino de los cielos y luego se bautizan en la iglesia. La iglesia no engendra hijos; los cría como una madre. La iglesia debe tener mucho cuidado que acepte solo aquellos que tienen el testimonio de haber renacido a una esperanza viva en Cristo Jesús.
El pacto de Dios con su pueblo permanece mientras los creyentes sean fieles. Sin embargo, cuando son infieles, rompen el pacto (Romanos 1:31) y son rechazados por el Señor. Cuando una iglesia se vuelve infiel a Dios, los fieles deben salir de ella. (2 Corintios 6:17).
La iglesia primitiva se esforzó por mantener la unidad de la fe, pero dentro de tres siglos algunos creyentes se comprometieron con puntos de vista que eran en contra de las Escrituras. Algunos líderes eran ambiciosos de posición y poder, causando disensión y herejías. Si la iglesia hubiera tratado con los herejes como Pablo les instruyó, habría permanecido pura y no habría ocurrido una separación. (Tito 3:10). Cuando prevaleció la herejía y se rechazaron las advertencias, los creyentes que no se contaminaron se separaron de la iglesia infiel. La iglesia infiel correspondió a Apocalipsis 18:2.
Esta separación provocó mucha persecución. La iglesia romana se convirtió en una iglesia estatal con membresía obligatoria por bautismo infantil. Los creyentes se opusieron a esto, porque solo reconocieron como legítimo un bautismo por fe en Cristo y con el testimonio del Espíritu. Esta persecución dispersó a los verdaderos creyentes a otras regiones. No escondieron su creencia, sino fueron testigos de la verdad donde quiera que fueron.
Cristo dijo que las fuerzas del mal no vencerían a la iglesia. En tiempos en que la luz del evangelio se oscurecía, preparó líderes fieles, dándoles una visión profunda del orden de Dios. Los dotó con un don especial para reunir a los creyentes dispersos y alumbrar a muchos que estaban engañados. Estos hombres devotos ayudaron a muchos creyentes a arraigarse y fundamentarse en el evangelio.
Del siglo XIII al XVI, los valdenses se destacaron en la fe y práctica de la iglesia primitiva. Rechazaron el bautismo infantil, bautizando solo a creyentes; por eso fueron conocidos como anabaptistas. Rechazaron el juramento y no sirvieron en la magistratura. No participaron en guerra y rechazaron las enseñanzas tocante al purgatorio. A principios del siglo XVI, los creyentes suizos y holandeses aceptaron y vivieron esta fe también. Hubo algunas diferencias pequeñas en la creencia y práctica entre estos dos grupos. Los creyentes holandeses fueron más cuidadosos en mantener una iglesia pura y fueron más diligentes que otros grupos en la doctrina de no conformarse al mundo.
Siempre han habido creyentes verdaderos. No creemos que la iglesia tuvo un nuevo comienzo en el siglo XVI en Zúrich, Suiza, o en cualquier otro lugar en ese tiempo. Creemos que la continuación de la verdad fue a través de los anabaptistas holandeses, los valdenses y otros grupos que habían recibido la verdad de verdaderos creyentes de épocas anteriores.
En el siglo XVI, Menno Simons, un sacerdote católico en Frisia, Holanda, se convirtió al evangelio. Era un hombre de 28 años que admitió tener miedo de leer las Escrituras por temor a ser engañado. En su servicio como sacerdote se le había ocurrido que el pan y el vino servidos en la misa no eran la carne y la sangre verdadera de Cristo como se enseñaba. Tuvo unas preguntas y dudas, así que empezó a examinar las Escrituras y descubrió su error. Tampoco encontró bases bíblicas para el bautismo infantil. En agonía de alma, comenzó a predicar el arrepentimiento de obras muertas, señalando a las personas el camino angosto del Nuevo Testamento y reprobando el pecado y la impiedad. El Señor favoreció este corazón honesto con gracia y disposición para someter su vida a la voluntad de Cristo. Rechazó su bautismo infantil y aceptó por los anabaptistas el bautismo del creyente. Más tarde fue llamado al ministerio del evangelio por el mismo grupo.
Menno fue especialmente talentoso en propagar la verdad de Cristo Jesús. Bajo su liderazgo eficaz, los creyentes llegaron a ser conocidos como menonitas. Menno y sus seguidores vivieron y practicaron las enseñanzas de Cristo y los apóstoles según las entendieron, tal como las sostenían los valdenses en Holanda y Zelanda.
Las escritas doctrinales originales de los menonitas concuerdan con las enseñanzas del Nuevo Testamento, tales como: que Cristo iba a establecer una iglesia visible a la cual los creyentes deberían ser agregados y que esa iglesia continuaría hasta el fin del mundo. La iglesia debe ser conocida por su fe y ordenanzas: bautizar solo a aquellos que al arrepentirse nacen de nuevo por el poder de la Palabra y elegir ministros por la voz de la iglesia y ordenarlos por la imposición de manos. (Hechos 6:3-6). Creían en partir el pan y tomar la copa, así como en lavar los pies en la santa comunión. Creían en el matrimonio entre dos personas creyentes de la misma fe y bautismo. Creían en la excomulgación de miembros ofensivos y desobedientes que rechazaban la amonestación (Mateo 18:17), y que aquellos que fueron excomulgados deben ser evitados como se enseña en Mateo 18:17; 2 Tesalonicenses 3:6,14.
Los menonitas del siglo XVI, y más tarde, tenían un sentido profundo de su llamamiento por Cristo Jesús. Tenían la convicción y fe que eran la verdadera iglesia primitiva de Dios establecida por el Señor. Tomaron muy en serio el mandato bíblico de ser “una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante . . . santa y sin mancha” (Efesios 5:27). Esto solo podría lograrse mediante un discipulado dedicado, el uso eficaz de la disciplina de la iglesia y el evitar a los excomulgados, ejercidos por una iglesia espiritual bajo la dirección de un ministerio consagrado.
En el siglo XVII, los menonitas de Holanda y Suiza emigraron a América. Ya habían unas diferencias de fe y práctica entre ellos. Estas diferencias eran a menudo entre líderes que tenían prejuicios y ambiciones. Sin embargo, Dios mantuvo un grupo a través del cual avanzó su obra. La declaración de Cristo de que el mal no vencería a la iglesia ha de cumplirse. La iglesia nunca se extinguió, por lo cual no era necesario que se creara una nueva iglesia. El que buscara con sinceridad siempre había podido encontrar la iglesia por seguir la dirección del Espíritu Santo. Cuando una reforma era necesaria, Dios preparó a creyentes fieles que se dedicaron a la edificación del reino y se entregaron a restaurar el antiguo fundamento.
En el siglo XIX, Dios usó a John Holdeman, miembro de la iglesia menonita en el condado de Wayne, Ohio, para ayudar a la iglesia a volver a los principios que la iglesia había creído y enseñado desde la época de Cristo y los apóstoles.
Aunque Dios ha usado varias personas para fortalecer y renovar la iglesia, no se les debe considerar fundadores de la iglesia, sino hombres que Dios usó para restaurar y propagar la iglesia. Cristo es el único fundador de la iglesia y ha prometido que durará hasta el fin. Jesús dijo: “Sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella” (Mateo 16:18).
Los años han traído muchos cambios en el estilo de vida, la interpretación y la práctica de doctrina entre las iglesias evangélicas. El no conformarse al mundo, como se enseña en Romanos 12:1-2 y 1 Juan 2:15-16, se ha vuelto especialmente controvertido. Muchos que profesan ser seguidores de Cristo han perdido o cuestionan la convicción de pertenecer a una iglesia, tanto menos a la iglesia verdadera del Nuevo Testamento. Sin embargo, el Señor vio la necesidad de que habría una iglesia hasta el fin del mundo.
Juan 1:12 declara que aquellos que creen el evangelio de Cristo reciben poder para convertirse en hijos de Dios por nacer del agua y del Espíritu. Pedro se refiere a tales como “bebés recién nacidos” (1 Pedro 2:2). Estos se encuentran en el reino de los cielos y necesitan un compañerismo espiritual, un lugar de cuidado fraternal. La iglesia asume el papel de nutrir a estos bebés hasta la madurez. De entre esta confraternidad el Señor llama y envía testigos al mundo. (Mateo 28:19-20).
Es esencial que aquellos que buscan esta comunión de la iglesia para seguridad, nutrición y servicio al Señor examinen la Palabra de Dios y sus doctrinas para determinar a qué iglesia deben pertenecer. Hay una fe una vez dada a los santos (Judas 3), que proviene del fundador, Jesucristo, y ha sido enseñada por los apóstoles. Esta fe necesita ser aceptada en el corazón y vivida con honestidad y sinceridad. El Señor permanece donde mora su Palabra. (Juan 14:23). Aquí es donde el Señor camina entre los candeleros. (Apocalipsis 1:13).
La iglesia de hoy, como siempre, practica todas las doctrinas de la Palabra, poniendo énfasis en el no resistir, el no conformarse al mundo y la pureza. La iglesia cree en el santo bautismo, la sagrada comunión, el santo matrimonio y la elección de ministros mediante el voto de la iglesia y la ordenación por la imposición de manos. Se ejerce un gran cuidado al probar a los candidatos para el bautismo, la comunión, el matrimonio, la elección y la ordenación de ministros, y al seguir el esquema de disciplina de Jesús en Mateo 18:15-17. Los miembros no participan en las votaciones o el servicio de la magistratura, ni dirigen en asuntos políticos.
La iglesia desea recibir en su comunidad a todos aquellos a quienes Dios ha perdonado, que han nacido de nuevo para una esperanza viva en Cristo Jesús y tienen el testimonio del Espíritu. (Romanos 8:16; Gálatas 5:22-24).
En el gran día de juicio, todos los hombres serán juzgados por la Palabra del Señor. (Juan 12:48). A los que rechazaron su Palabra, se les dirá que él nunca los conoció (Mateo 7:23), pero aquellos que le recibieron (Juan 1:12-13) y continuaron caminando con él como lo habían recibido (Colosenses 2:6) serán bienvenidos al descanso eterno. (Mateo 25:21).