La adoración y el lugar de culto siempre han parecido importantes para todos durante las edades. Se han construido muchas iglesias atractivas, templos grandes y hermosos y catedrales magníficas para expresar el interés del hombre en el culto religioso. Pero aprendemos por medio de la conversación de Jesús con la mujer samaritana que en la era del Evangelio el lugar de culto no es tan importante como la actitud con la cual el hombre adora a Dios. Jesús dijo que los verdaderos adoradores de Dios son aquellos que adoran en espíritu y en verdad (San Juan 4:23). Adorar en espíritu y en verdad sugiere que el adorador no está regulado por reglas o prácticas externas, ni por ritos ceremoniales o tradicionales como en tiempos pasados, ni asistiendo a servicios en un edificio magnifico. Mejor está sirviendo con un nuevo corazón, expresando gracias a Dios por su abundante gracia, también implorándole por su dirección y gracia sustentadora. Esto se hace por medio de cantar, orar, predicar y dar testimonio. Es un servicio de corazón y mente, hablando toda la verdad de un corazón nuevo, en lugar del servicio culto de los labios para afuera y una demostración de forma que a menudo se escucha y se ve de algunos adoradores. “Pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón” (1 Samuel 16:7).
Por lo general, una iglesia o un templo ha sido dedicado al Señor. Eso significa que está apartado para propósitos religiosos. Está dedicado al Señor y, por lo tanto, se considera sagrado. Es un lugar donde Dios debe ser honrado. El lugar y el edificio deben ser respetados y una reverencia piadosa debe llenar los corazones de los que se acercan. Esto agrada al Señor.
Jesús nos dice que ciertas costumbres y tradiciones de adoración son inapropiadas y deben ser evitadas (Mateo 6:1-8, 16-18). Consideremos cuidadosamente lo siguiente: tambores, aplausos y bailes, ponerse de pie con frecuencia para algunos servicios, arrodillarse en público para oraciones personales, diciendo -¡amén!- en voz alta repetidas veces y otros comportamientos ruidosos que se muestran principalmente para ser vistos de los hombres. Jesús indicó que tal exhibición religiosa es tradicional y tiene un motivo egoísta buscando honor. Jesús dijo una vez: “¿Cómo podéis vosotros creer, pues recibís gloria los unos de los otros, y no buscáis la gloria que viene del Dios único?” (Juan 5:44).
El Señor le ordenó a Israel que le construyera un santuario para que pudiera morar entre ellos (Éxodo 25:8). El santuario fue un lugar sagrado y especialmente dedicado en el templo. Desde ese lugar sagrado y secreto, Dios se reveló a Sí mismo a través de los líderes y profetas de Israel por medio de mandamientos y consejos. (Amós 3:7)
Dios es un Espíritu y no puede ser visto por ojos mortales (Éxodo 33:20). Por lo tanto, el hombre pecador y mortal no puede impresionar a Dios con externas exhibiciones religiosas ni con ceremonias y ritos tradicionales (Lucas 16:15).
Jesús vino a revelarnos el Padre (Juan 14:9-10). “Porque en él (en Jesús) habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad” (Colosenses 2:9). Jesús prometió a sus discípulos que “donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí esto yo en medio de ellos” (Mateo 18:20). El número de personas presentes para el servicio no es tan importante como la humildad de corazón. Aunque no se ve la presencia del Señor, está presente en Espíritu. Aquellos que tienen el espíritu del Señor reconocerán su presencia (1 Corintios 2:10-12). En esta presencia invisible, el adorador “en espíritu y verdad” espera con reverencia y expectativa la dirección y bendición del Señor. Puede reflexionar sobre cómo se encontró un pecador perdido y cómo encontró la salvación a través de la predicación del Evangelio o por algún otro modo de la misericordia y gracia de Dios.
El plan sencillo de “arrepentimiento para con Dios y de la fe en nuestro Señor Jesucristo” (Hechos 20:21) ha cambiado su vida por completo, dándole una esperanza nueva y viva. Llega a ser una nueva criatura en Cristo Jesús con nuevos deseos, nuevos gustos, nuevos apetitos, nuevos intereses, nuevos amigos, nuevas opiniones, nuevos juicios, nuevos temores y esperanzas. Ha aprendido a abandonar el sí mismo y aceptar la vida cristiana. Esto trajo otro problema que le preocupa gravemente, el sí mismo debe ser negado y sometido a la nueva vida. Esta no es una tarea pequeña, porque descubre que esta nueva vida está en contra de la carne y la carne está en contra de esta nueva vida. Se encuentra una batalla constante dentro de sí. Ha encontrado en el santuario un lugar maravilloso para recibir luz e instrucciones. En ello encuentra la fuente de sus inspiraciones y victorias: alimento que alimenta el alma. Por lo tanto, se sienta absorto en actitud solemne para recibir cada palabra que el ministro pronuncia. Estas palabras son para él luz y vida, y nutren su alma. Después del mensaje y si se da libertad para testimonios, cuando el Señor da convicción, se levanta con gozo en su corazón para proclamar: “Venid, oíd todos los que teméis a Dios, Y contaré lo que ha hecho a mi alma” (Salmos 66:16).
Las siguientes referencias bíblicas pueden ofrecer alguna ayuda para una actitud de adoración apropiada.
“¡Cuán amables son tus moradas, oh Jehová de los ejércitos! Anhela mi alma y aun ardientemente desea los atrios de Jehová; Mi corazón y mi carne cantan al Dios vivo” (Salmos 84:1-2).
“Jehová, la habitación de tu casa he amado, Y el lugar de la morada de tu gloria” (Salmos 26:8).
“Alabaré a Jehová con todo el corazón En la compañía y congregación de los rectos” (Salmos 111:1).
“Una cosa he demandado a Jehová, ésta buscaré; Que esté yo en la casa de Jehová todos los días de mi vida, Para contemplar la hermosura de Jehová, y para inquirir en su templo” (Salmos 27:4).
“Yo me alegré con los que me decían: A la casa de Jehová iremos. Nuestros pies estuvieron Dentro de tus puertas, oh Jerusalén. Jerusalén, que se ha edificado Como una ciudad que está bien unida entre sí. Y allá subieron las tribus, las tribus de JAH, Conforme al testimonio dado a Israel, Para alabar el nombre de Jehová. Porque allá están las sillas del juicio, Los tronos de la casa de David. Pedid por la paz de Jerusalén; Sean prosperados los que te aman. Sea la paz dentro de tus muros, Y el descanso dentro de tus palacios. Por amor de mis hermanos y mis compañeros Diré yo: La paz sea contigo. Por amor a la casa de Jehová nuestro Dios Buscaré tu bien.” (Salmos 122).
“Cuando fueres a la casa de Dios, guarda tu pie; y acércate más para oír que para ofrecer el sacrificio de los necios; porque no saben que hacen mal” (Eclesiastés 5:1).
“Porque tuve envidia de los arrogantes, Viendo la prosperidad de los impíos…casi se deslizaron mis pies… Hasta que entrando en el santuario de Dios, Comprendí el fin de ellos” (Salmos 73:2-3, 17).
“Jehová ¿Quién habitará en tu tabernáculo? ¿quién morará en tu monte santo? El que anda en integridad y hace justicia, Y habla verdad en su corazón” (Salmos 15:1-2).
“Si en mi corazón hubiese yo mirado a la iniquidad, El Señor no me habría escuchado” (Salmos 66:18).
“Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda” (Mateo 5:23-24).
“¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es Habitar los hermanos juntos en armonía!” (Salmos 133:1).
“Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, Y en la casa de Jehová moraré por largos días” (Salmos 23:6).
“Porque si en vuestra congregación entra un hombre con anillo de oro y con ropa espléndida, y también entra un pobre con vestido andrajoso,
y miráis con agrado al que trae la ropa espléndida y le decís: Siéntate tú aquí en buen lugar; y decís al pobre: Estate tú allí en pie, o siéntate aquí bajo mi estrado; ¿no hacéis distinciones entre vosotros mismos, y venís a ser jueces con malos pensamientos?” (Santiago 2:2-4).
“Pero hágase todo decentemente y con orden” (1 Corintios 14:40).
Según la Biblia los primeros cristianos eran de un corazón y un alma (Hechos 4:32). Nacieron del mismo Espíritu de Dios. Habían experimentado el perdón de los pecados y la llenura del Espíritu Santo. Habían recibido lo que sus almas anhelaban. Se amaban, se ayudaban cuando era necesario, oraban unos por otros y animaron a amigos no convertidos que aceptaran al Señor Jesús como su Salvador. Fueron una luz para Jesús que brillaron dondequiera que fueran. Y las almas se salvaron diariamente.
Dice la poeta:
“Medita en silencio, consagra el lugar:
Emana el mensaje del santo altar.
Silencio, silencio en presencia de Dios,
En ton reverente nos llama su voz.”